Un Te quiero

 

Hola, espero que estés bien.


Ha pasado mucho tiempo desde mi último post y no era para nada mi intención dejar esta parte tan importante de conexión contigo, durante cuatro meses.

Me sabe mal, pero junio fue un mes intenso y julio aún más, pues ya tenía a los niños en casa y combinar eso con el trabajo fue un poco caos. En agosto ya nos fuimos y realmente necesitaba desconectar, imagino que  también y espero que lo hayas podido hacer y volver renovada.

Te quería explicar una historia que me pasó a principios de verano y que me hizo reflexionar mucho.

A finales de julio, nos fuimos 10 días a Inglaterra para estar con mi familia.

Mientras estábamos allí, puede que sepas que alquilamos un coche (digo "que puede que lo sepas" porque lo publiqué en historias de Instagram y a lo mejor me sigues y lo viste o puede que no)

La cuestión es que ese coche lo conducía yo. Era grande, con marchas, lo que significaba que todo estaba al revés, o sea, el asiento del conductor a la derecha y las marchas a la izquierda.

También se sumaba el hecho de que allí se conduce en el lado contrario, así que para , conducir allí, fue un acto de concentración total y absoluta y una gran responsabilidad por llevar a toda mi familia.

Cuando volvimos aquí en España y tres días después de llegar, salí un momento a comprar con mi coche habitual.

Mi hijo pequeño me preguntó si quería que me acompañara y aunque dudé porque era algo muy rápido, le dije que sí.

Cuando volvíamos con mi coche por una carretera por la cual he pasado cincuenta mil veces y cerca de casa, de repente, un coche se saltó el stop y se plantó justo enfrente de nosotros.

El frenazo que hice nos hizo patinar los pocos metros que nos separaban y aunque todo fue muy rápido, aquellos instantes, me parecieron lentísimos.

No puedo entender como no llegué a chocar, debió de quedar un milímetro entre su coche y el mío.

Me quedé temblando, sin palabras, silencio total.

Miré a mi hijo y estaba blanco del susto. Miré al conductor del otro coche y tenía las manos en posición de rezar pidiéndome perdón.

Para no asustar a mi hijo más de lo que ya estaba, me fui de allí sin intercambiar ninguna palabra con el loco del otro vehículo y conduje hasta casa.

Durante las horas posteriores, no podía dejar de pensar en el hecho de estar "en el momento, el lugar y el sitio equivocado".

Solo que hubiéramos pasado uno o dos segundos antes, no hubiera tenido el margen de frenar. Entonces hubiéramos chocado o de frente o ese coche nos hubiera chocado de lado, justamente el lado donde se encontraba mi hijo.

Entonces recordé que él me había preguntado por venir conmigo y yo le había contestado que .

Decisiones inocentes y cotidianas del día a día, que no les das importancia y que sin ser consciente te pueden cambiar la vida.

Solo por unos segundos podría haber sido todo muy diferente.

Este hecho me hizo dar cuenta que estaba demasiado concentrada en mi trabajo, en cosas que para  parecían importantes, pero que en realidad no lo eran.

Daba por hecho el tener a mis hijos y verlos cada día, también mi propia existencia, pero lo que había pasado me demostró que las cosas pasan sin aviso, cuando menos te lo esperas y cuando todo parece tan normal, conocido y familiar.

Había estado conduciendo por Inglaterra con un coche extraño y nuevo para  que lo tenía todo al revés. Había tenido que recordar a cada momento que debía mantenerme en el lado contrario de la carretera. Había conducido de noche, con lluvia y por unas carreteras repletas y estrechas, y nunca pasó nada.

En cambio, en mi casa, con mi coche y por una carretera conocida, casi que no lo explicamos.

A veces te tienen que pasar este tipo de cosas para verlo todo desde la perspectiva correcta, desde lo que realmente todo es y siempre ha sido.

Quería compartir esta experiencia contigo porque creo que todos vamos siempre un poco corriendo y nos pasamos de largo, un beso, un abrazo, un te quiero, un te adoro.

Piensas que ya se lo dirás después y que primero tienes que acabar aquel proyecto, aquel correo, aquella llamada con tu cliente, pero ¿y si después es demasiado tarde?

Creo que aquel día abracé (o quizás estrujé) a mi hijo cincuenta mil veces y cada cinco minutos le dije, te quiero.

Lo sigo haciendo a los dos, pero lo he tenido que racionar porque si no los agobiaba.

Un fuerte abrazo.